
Antes que nada, quiero aclarar (para que no haya duda) que en absoluto soy fan del cine de Aki Kaurismäki; seguidor sí, pero manteniendo las distancias y juzgando por separado, intentando no dejarme llevar por ese aura de fetiche vivo que, desde hace ya algunos años, acompaña al realizador finlandés.
Es cierto que se trata de un autor necesario en tanto que propulsor de una estética propia (luego mil veces copiada) y dueño de un discurso que, aunque pueda llegar a ser repetitivo, siempre obliga al espectador a mantenerse alerta y estar pendiente de los detalles. Kaurismäki vendría a ser como ese orgasmo tan deseado que nunca llega...
Con LAITAKAUPUNGIN VALOT (Luces al atardecer), el finés sigue fiel a su estilo estático y hermético, donde todos los personajes parecen cortados por la misma tijera y la acción, aparte de ser mínima, se ve secuenciada y repetida infinitamente. Siempre pasa lo mismo, o eso parece.
Con esos mimbres, no es de extrañar que al público primerizo le cueste un mundo llegar a sintonizar con una propuesta tan radical que, además, tampoco muestra el menor interés en hacer concesiones de cara a la galería.
Por lo tanto, pienso que un buen acercamiento a su cine sería desde el punto de vista literario. Se ha encumbrado a autores que guardan no pocas similitudes con Kaurismäki (Oe, Banks, Pynchon), aunque se trate de un modo de narrar y de unos temas que quizá se ajusten más adecuadamente a la letra que a la imagen.
No encontraremos aquí nada diferente de las otras (LA CHICA DE LA FÁBRICA DE CERILLAS podría ser su pequeña obra maestra): mismos personajes, mismo estilo, mismas (des)motivaciones. Un mundo cerrado que no deja lugar al gozo ni a la inventiva. Los malos siempre ganan pero aquí, encima, ni siquiera eso les divierte. Lo milagroso es la considerable cohorte que este director sigue arrastrando por toda Europa desde hace más de veinte años, no porque su cine no lo merezca, sino por su negativa a salirse de unos parámetros narrativos y estéticos que él mismo ha creado.
Saludos inmóviles.