Reconozco las reticencias actuales con el cine de Fernando León de Aranoa, un director de gran (y ya larga) trayectoria, al que siempre se le ha exigido un poco más que al resto de su generación, como esa gran esperanza blanca que nuestro cine necesitaba para unos circuitos comerciales depauperados. Personalmente, siempre me ha parecido un cineasta (y valga la analogía, aunque burda) desequilibrado, como si su empeño fuese ir añadiendo esto y lo otro para compensar, sobre todo, algunos guiones no tan afortunados; no, al menos, como el que hoy nos ocupa. EL BUEN PATRÓN es una excelente película, puede que la mejor suya, un compendio de muchas cosas que no funciona por acumulación, sino por una armonía que, curiosamente, siempre parece a punto de irse al traste. Si embargo, hay unos puntales inexcusables, fundamentalmente el colosal trabajo de Javier Bardem, que es capaz de componer un personaje que "bascula" entre lo grotesco y lo humanista, saliendo indemne de cada desenfoque; porque los seres humanos son así, ni buenos ni malos, sino víctimas (Virgilio lo describía mejor) de la circunstancia que ellos mismos se procuran. La película es toda este personaje, un mapa indescifrable, mezcla del amo que quiere ser reconocido, pero también que coman de su mano. He ahí su complejidad, porque podemos reconocernos sin demasiados alardes de imaginación en ese hombre privilegiado, pero al tiempo incapaz de obtener una emoción real cuando se dirigen a él, por lo que se ve obligado a comprar dichas emociones. Es un hombre preocupado por el bienestar de sus empleados, sí, pero apenas para que ello no afecte al funcionamiento de la empresa; por el contrario, cada vez que intenta ponerse a su altura, se da cuenta de lo alejado que siempre ha estado, y es cuando entra en eje el otro Julio Blanco, dueño heredero de Básculas Blanco, al que sólo podría despeinar su afabilidad una cosa: que le destapen su cinismo. León de Aranoa vuela alto, se arroga un mucho del alma de Berlanga, pero sin abandonar las constantes que estaban en sus mejores trabajos, y ofrece un retrato reducido, "de provincias" (ese periódico) si se quiere, pero con la audacia de plantear al mismo tiempo una radiografía fidedigna de un estado de las cosas, que a los de aquí nos toca muy de cerca. Un país donde el subterfugio es cotidiano, más que un país, es un castillo. Una empresa que se quiere creer familia (aquella otra estupenda película), es el chiste cruel que te cuenta un verdugo, porque no sabes si aceptarle la copa o contener la respiración...
Una de las mejores y más lúcidas películas de los últimos años.
Saludos.
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