Desafortunadamente, este inicio de año está trayendo algunas desapariciones notables, y de las que no podría pasar sin rendir algún que otro homenaje. Es el caso del mítico actor Sidney Poitier, probablemente el gran eje sobre el que comenzó a pivotar el lugar que Hollywood en particular, y Estados Unidos en general, debía reconocer a los negros. Poitier consiguió rebajar el peso de lo característico, y ofrecer la posibilidad de que actores y actrices de color fuesen mirados con el mismo respeto que otro cualquiera. Era un actor extraordinario, de amplios registros y un encanto personal que magnetizaba la pantalla; durante muchas décadas, esa imagen que perduraba con una mezcla de dignidad y descaro, y que igual funcionaba para el drama social, el melodrama romántico o la comedia de cualquier vertiente. Y no creo equivocarme si digo que su película más representativa, la más recordada, es GUESS WHO'S COMING TO DINNER, que de algún modo también lleva décadas abanderando la espinosa cuestión de conciliar la obra artística con la denuncia social. Y se trata, pensándolo bien, de un film de maneras extrañas, que va mutando constantemente a partir de su anecdótica premisa. Él es un hombre negro, cercano a los cuarenta, que hace tiempo perdió a su familia trágicamente, y ella es una joven blanca, educada en el seno de una familia moderadamente liberal. Están enamorados, piensan casarse y van a decírselo a los padres de ella. Y Stanley Kramer, que conocía los resortes de la comedia como nadie, ofrece una primera mitad que recuerda inevitablemente a títulos míticos del género, y ni siquiera parece casual la elección de unos memorables Spencer Tracy y Katharine Hepburn, excepto porque la película vira hacia un segundo tramo más amargo, lúcido y desencantado, en el que todos y cada uno de los personajes empieza a ser menos políticamente correcto, y por tanto más tendente a entenderse mutuamente. Para los que no la hayan visto, por supuesto no esperen ninguna denuncia racial demoledora; en realidad, y vista hoy día, casi interesa más su desafiante estructura, capaz de combinar a la ñoñita Katharine Houghton probándose sombreros de colores, el propio Poitier enfrentándose a su padre, o un monólogo final, a cargo de Tracy, que, cerrando el ángulo, se podría incrustar en cualquier policíaco...
Hoy día puede chocar, pero tampoco se vayan a creer que hemos avanzado tanto.
Saludos.
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