Hay directores que controlan su capacidad de riesgo, sobre todo cuando ya cuentan con un nombre respetado en el engranaje de la implacable industria. Los hay que se permiten alguna digresión que, de no ser por ese nombre, acabaría con la carrera de cualquiera. Los hay que, precisamente por prescindir de ingresar al circuito comercial, son considerados outsiders, aunque su repercusión queda en manos de unos pocos cinéfilos. Y luego está Abel Ferrara. Lo digo porque el director neoyorquino lleva más de 40 años esquivando golpes que le llueven de todos lados; "peleando a la contra", sí, pero soltando algún mamporro de los que hacen época. Su cine no es ni independiente ni comercial, y ha trabajado con algunos de los mejores profesionales de la industria, y las productoras se lo han rifado como ese nuevo gran renovador del lenguaje cinematográfico. Ferrara siempre ha ido a lo suyo, y ha logrado consolidar una obra repleta de fiereza, que no se alinea en ningún bando, y que sólo bebe de su propia circunstancia. Ahora bien, rodar ZEROS AND ONES con 70 años es un escupitajo definitivo al modelo de producción actual, como si se riese de quienes han obviado el elefante en la habitación, y han seguido contribuyendo al entertainment, como si en estos casi dos años no hubiese pasado nada. Ferrara filma la no-película, el artefacto que lo va desmontando todo mientras se va desintegrando; un thriller apocalíptico con mascarillas, en el que un militar vaga por las calles del Vaticano filmando calles vacías, sobornando a indigentes, mientras es perseguido por mafiosos rusos que quieren usarlo como inseminador, porque es el único que conoce el paradero de un niño al que todos buscan, y que bien podría estar en un pesebre moderno. Ferrara malea su material a puro antojo, filma con luz natural (casi siempre de noche), mezcla distintos tipos de grano y nos sumerge en una experiencia visual agotadora si no se está mínimamente entrenado. En mi opinión, lo que logra es disfrazar su devastadora crítica hacia una sociedad manipuladora e hipócrita, con los ropajes de lo que podría ser el making-off de una insustancial superproducción conspiranoica. Es tan descolocante, que su protagonista, Ethan Hawke, interpreta a dos gemelos, pero podría no haberlo hecho, porque da igual. Y porque podría ser la única película (al menos que yo recuerde), que se abre y cierra con el actor principal hablando a cámara como persona, y no como personaje... incluso para recordarnos que rodar en pandemia debería haber sido una catarsis, y desgraciadamente no lo ha sido.
Me juego el cuello a que no les va a gustar. Yo aún sigo intentando digerirla. Puro Abel Ferrara.
Saludos.
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