La historia de SHANG-CHI AND THE LEGEND OF THE TEN RINGS es fácil de resumir. Comenzaríamos diciendo que su director (bueno, y todo lo que viene por detrás) hace bien en tirar por el lado lúdico, empaquetar un entretenimiento a toda pastilla, e incluso contentar a algún que otro exégeta, que también los hay. Sobre todo porque no podemos decir que éste sea un personaje "grande" en el universo Marvel, pero sí uno que ha cultivado a su alrededor una especie de aura de culto, proveniente a los alocados guiones que le reservaron sus dos creadores, Steve Englehart y Jim Starlin. El film rescata ese aroma cuasi pulp de los setenta, lo embadurna con un humor que se agradece y no repara en guiños a los comics de aquella época. Todo ello da como resultado un wuxia sin mucha grandilocuencia, y sí buenos mimbres argumentales. Y se preguntarán dónde está el problema, claro. El problema es que SHANG-CHI está hecha con un freno de mano impresionante, más que nada para que no perdamos detalle de cómo el MCU sigue con la inventiva estancada, toda vez ha encontrado un molde inocuo y que puede aplicarse a casi cualquier personaje. No sé, porque tiene cosas muy buenas (ese grandísimo actor que es Tony Leung), y otras que no se entienden si no es por el tema de las cuotas (no entiendo qué coño le ven de gracioso a Awkwafina, ni qué diablos pinta ahí Ben Kingsley). Prueba de ello es que el "gran villano final" provoca bostezos, y su supuesto poderío palidece ante una sola mirada de Leung.
No sé, se puede ver si no se ponen tiquismiquis.
Saludos.
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