Más allá de su calidad, sus cualidades cinematográficas, que la convierten en un pequeño acontecimiento, las dos grandes noticias derivadas de PERFECT DAYS son la recuperación de Wim Wenders, cineasta mítico, seminal sin pretenderlo, poseedor de una sensibilidad única pero tendente a la dispersión de quien puede llegar a pensar que lo tiene todo hecho y dicho; pero no podemos obviar el descubrimiento de Kôji Yakusho, actor portentoso, capaz de sostener por sí solo y casi sin palabras la peripecia de un limpiador de baños públicos en Tokio. Con una narrativa honesta, que no se queda en la acrobacia circular, Wenders se limita a fijar su cámara, límpida y paciente, al rostro de su protagonista, un hombre común, sin grandes aspiraciones, que disfruta sus pequeños momentos de placer mientras contempla los árboles de un jardín o escucha sus viejas cintas de cassette; una persona que parece trasplantada de un tiempo que ya no existe, y que parece no comprender las preocupaciones de una sociedad entregada a consumir por sistema. Sólo en su tramo final parece sucumbir Wenders a cierta complacencia narrativa, atando cabos sin que el film realmente lo necesite, pero ni siquiera eso empaña una magnífica película, obra de un magnífico cineasta que, afortunadamente, ha decidido volver a mostrarnos otro pedacito de su particular genio.
No ganará, pero nosotros sí.
Saludos.
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