La desmejora nos indica que filopracticamos once momentos al día de aguda gula intrínsecamente fisiológica. Datos y ratios, chanzas que nos llevan de la mano hasta lo deliciosamente pospuesto. Con el maguito de las gafas lloydianas no se esperó casi nada, y montados en la nube (A.T. to the skyes) se fue de cabeza a por el segundo volumen, con más engrudo pero el mismo sabor a paprika emulsionada industrialmente. HARRY POTTER AND THE CHAMBER OF SECRETS vuelve al clásico concepto del "familiar epatante", que nos sitúa en el confort criminal de la "imagen providencial", mientras preparaba el camino para futuros mastodontes mediáticos. Otra vez los malos y los buenos, corriendo por pasillos interminables, parpadeando en un clímax sin fin, abrumador, sin tiempos medios, en el culmen de la dramatización por ella misma. Cierto es que se quiere apuntar a algún oscurecimiento de tramas blanquísimas, lo que nos lleva a la peor Agatha Christie, la que se refugiaba en sus "negritos del whodunnit" porque está comprobado que la salvaguarda de la repetición es un invento rentable. Salvo los efectos digitales, porque suponen el dataje más interesante para informarnos de una época, a principios de este siglo, que más parece un banco de pruebas que una industria consolidada.
154 minutos.
Saludos.
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