No hay un título más despistante que TWIN PEAKS: THE RETURN. Como no hay una serie que haya aglutinado tantas adhesiones, mitomanías o reverencias hasta lo soportable. Y a lo mejor el plan de Lynch era abonar ese campo, cultivarlo pacientemente, para darle a su legión de seguidores con la puerta en las narices. Da igual, porque una serie que vuelve nada menos que 25 años después no puede, en todo caso, hacerlo de una forma canónica. A menos que sea un simple "in it for the money", y de verdad que no lo parece ni por asomo. Lo que me ha parecido a mí, desde una mirada decididamente desapasionada, es que Lynch necesitaba desmantelar el juguetito, aunque sólo fuese para enseñarnos que en su interior podía caber cualquier cosa, o nada en absoluto. Ese campo abonado era como un compendio de sus obsesiones, más sintetizadas en sus largometrajes, más dadas a un cierto convencionalismo en aquellas dos primeras temporadas que son historia de la televisión. Esto es otra cosa. Es lo que Lynch escondía tras aquella apariencia de culebrón, a veces fastidioso, inacabable, pero que se derretía como un goloso caramelo para quien no tenía ningún interés en "ver más allá" ¿Y qué hay más allá? Un gran vacío, un enigma, y una traslación demiúrgica como se han visto pocas. Al mismo tiempo que Lynch aislaba a la propia serie original de su discurso mismo, se iba fraguando el final, que es desolador, anticlimático y parco en sentimientos, que no sensaciones. Se ha hablado mucho de ese capítulo ocho, que podría ser un film experimental, pero que es incluso más revelador que la mayoría de diálogos (¿parlamentos?) que se amontonan en esta oda a la libertad creativa, quizá no tan potente como cabría esperar de un acontecimiento semejante, pero que de servir para algo, debería hacerlo para remover el anquilosado espectro narrativo actual.
Véanla, pero intenten hacerlo sin expectativa alguna. Saldrán ganando.
Saludos.
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