lunes, 18 de abril de 2022

Cuidado ahí fuera


 

Hay cosas muy buenas, y otras no tanto, en una película tan desarticulada (y desaprovechada) como FINCH; un film que se intuye prácticamente como una especie de apuesta personal entre conocidos, lo que queda reforzado por lo insólito de que una megaestrella como Tom Hanks se eche casi todo el peso de una historia siempre al borde de la autoparodia. Lo que tiene de bueno, curiosamente, proviene de lo que no se ve, en este caso del excelente trabajo de Caleb Landry Jones, un actor cuya presencia física suele incomodar, pero al que le viene como anillo al dedo la matización en la voz robotizada del otro protagonista de la función. La historia, para nada original, nos sitúa en un planeta devastado, sin capa de ozono, en el que apenas sobreviven puñados de gente a muy duras penas. Y aquí viene lo malo, porque ese contexto post-apocalíptico no termina de cuajar, y cuesta un mundo pensar en un entorno hostil cuando la totalidad del film busca el lucimiento de Hanks, cómo no. Es decir, que por un lado tenemos la humanización del robot que este hombre, enfermo por la exposición radiactiva, construye con el único propósito de que cuide a su perro cuando él muera. Por el otro, tenemos un viaje a la costa Oeste, que se hace ligeramente cansino y reiterativo, aunque el propósito, temiblemente conductista, es apretujar nuestra sensibilidad, ya tocada, hasta un desenlace descaradamente lacrimógeno. Y es una pena, porque podríamos haber asistido a una fábula desgarradora acerca de la posible humanidad de una máquina prevaleciendo sobre la estupidez humana. Luego nos acordamos de aquello del náufrago, y todo encaja...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!