Es comprensible el gran reto que debió suponer el seguir rodando para Mario Camus, más allá de los tres años que lo encumbraron como uno de los nombres clave de la cinematografía española. Sólo eso puede explicar un film tan incomprensible como LA VIEJA MÚSICA, una amalgama de intenciones incapaces de cuajar en un todo sólido, y ni siquiera coherente. Por un lado, hay una historia de amor tardío, con un Federico Luppi recién llegado de Uruguay a Lugo, donde se obsesiona con encontrar a una mujer que es Charo López, con la que sintió lo único que mantiene su ilusión por vivir. Luego hay un salto mortal en el guion, puesto que Luppi viaja con una niña bilingüe, que constantemente pone conferencias con Estados Unidos para hablar, suponemos, con su madre. El doble salto mortal es el del detective privado interpretado por Agustín González, que ha sido contratado para convencer a la niña de que vuelva con la susodicha. Hay uno triple, que nos habla de cómo Antonio Resines se ve obligado a vivir en un hostal, porque Assumpta Serna, que enseña francés, es una castigadora impenitente. Aún más, le podemos añadir un doble tirabuzón, porque Luppi ha llegado en calidad de entrenador de baloncesto para entrenar al mítico Breogán, precisamente sustituyendo a Resines. Hay tiempo hasta para un inserto que no sabemos a qué viene, con Paco Rabal poniendo discos de tango a un Luppi estupefacto. También sale Charo López un rato solamente, pero nada puede remontar este previsible desastre; que se puede perdonar, claro, pero desastre al fin y al cabo. Apenas son interesantes algunas escenas de archivo de aquel baloncesto de calzonas ceñidas y pelo en pecho, de público fumando y anuncios de Fundador. Es con el que algunos crecimos...
Saludos.
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