Volviendo a Sitges, también se pudo ver SON, una atípica coproducción entre Irlanda y Estados Unidos, y que dirige el también irlandés Ivan Kavanagh, que ya llamó la atención hace un par de años con NEVER GROW OLD, un western de formas novedosas. SON es lo que parece ser, un relato de terror, solo que embebido de unas formas muy alejadas de cualquier estridencia, y más centrado en el factor psicológico, que aquí cobra dimensiones insoslayables. Tiene un punto muy fuerte, que es la expectativa de que siempre puede ocurrir algo extraordinario, que dé sentido a lo inexplicable o termine por retorcer una realidad cada vez más enrarecida. Pero también un punto flojo, que es la propia dificultad de su moroso guion por hacerse entender, lo que curiosamente entreteje momentos de alta intensidad con otros directamente anodinos. Con la premisa de las sectas, y las secuelas que suelen dejar en sus antiguos integrantes, se nos presenta la historia de Laura (Andi Matichak, un descubrimiento), que vive sola con su hijo, hasta que éste comienza a manifestar una serie de extraños síntomas, que ningún médico acierta a explicar. Con la amenaza latente de su pasado, Laura se debate entre proteger a su hijo o enfrentarse a su pasado, ciertamente escabroso. Así, el film llega a un punto en el que necesita de toda la colaboración de un espectador que ha de volverse forzosamente crédulo, si pretende dotar de verosimilitud a la segunda y controvertida parte del film. Ahí gana enteros, y sus locos giros al menos son solventes; el problema lo tiene si la intención es lineal, y se quiere abordar como un guion convencional. Entonces, es una película de terror al uso, más o menos entretenida, pero nunca una genialidad. Ah, y el niño da bastante mal rollo, y con razón...
Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario