Uno de los problemas más acusados en el terreno de la fantasía, suele ser la épica bien entendida, porque a menudo está muy mal entendida. Se entiende mal porque se mira con fruición al fan, al entendido, y se deja fuera al espectador más virgen, por lo que deja de cumplir su gran función, que debería ser la adhesión a un género que permite, tanto a creadores como aficionados, la expansión de sus expectativas. En la fantasía épica, por ejemplo, se ha vivido un auge tan desmedido, que se empezó a crear una pléyade de títulos a rebufo de los que sí hurgaban con dignidad en un terreno tan resbaladizo. DRAGONSLAYER es una joya escondida, que cuenta ya con nada menos que 40 años, y que descubría a una Disney que intentaba establecer un camino diferencial, no tan dirigida al público infantil, sino a uno más preparado para una historia que rezuma fantasía y épica por los cuatro costados. Una película que incomprensiblemente ha caído en un ostracismo difícil de explicar, y que apenas sobrevive en el imaginario de verdaderos fanáticos del género. Una historia con dragones que devoran princesas, magos y sus correspondientes aprendices, espadas, brujería y todos los ingredientes que hoy día tenemos asimilados, por muchos subproductos que hayan generado. Su director, Matthew Robbins, es más reconocido como guionista, y su carrera posterior fue breve y errática. Pero por allí estaba, por ejemplo, Alex North, descolgándose con una partitura absolutamente majestuosa. Una elegante fotografía a cargo de Derek Vanlint, que puede que no les suene, excepto por ser el director de fotografía, por ejemplo, de ALIEN. O, sin ir más lejos, el diseño del terrible dragón, que fue obra de un señor hoy muy presente, como es el triple ganador de un oscar Phil Tippett.
Una película a descubrir, con algunos problemas de ritmo, es cierto, pero con ese sentido de la épica maravillosamente intacto.
Saludos.
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