lunes, 11 de diciembre de 2023

Cuento y pesadilla


 

Una actriz, guapa pero mediocre, una de esas estrellitas efímeras que resplandecen un rato y luego ya nadie se acuerda de ellas. Un tipo encantador, una especie de príncipe azul, exótico y misterioso, capaz de enfrentarse a quien sea para lograr el amor de su princesa. Unos cuantos años después, los tonos pastel, la decoración kitsch y los gestos refinados no han desaparecido, pero ahora significan otra cosa en un matrimonio que en realidad es la prisión de ella bajo el dominio narcisista de él. Sería un argumento muy duro de no estar ante una comedia dislocada, y que no tiene prejuicios para tirar de un slapstick desbocado, cuya estética coincide con el imaginario de Wes Anderson, pero sus coreografías parecen de una peli barata de kárate setentera. Así, en Sitges nadie sabía qué pensar de KILLING ROMANCE, porque la impresión es la de estar ante un clásico de culto instantáneo, pero siempre queda el regusto de haber visto una tontería sin mayor pretensión que entretener a base de anciones chorra y frikis desfilando sin solución de continuidad. Batallas de canciones, castigos a mandarinazos, cuadros gigantescos, gente que escribe con el humo de un vapeador y hasta avestruces heroicas componen este estrafalario pero simpático alegato contra las relaciones tóxicas, por mucho que su propia exageración formal (cargante a veces) termine por llevarse por delante la tentación de construir un drama. Porque insisto, es una comedia irredenta, aunque el humor coreano a veces no se entienda de la manera adecuada...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!