La muerte de Concha Velasco nos daría para más que un monográfico, prácticamente un recorrido por el cine español de los últimos sesenta años. Socialista confesa, siempre logró mantener intacto su icono de actriz simpética y popular, esa "vecina de al lado" con algo de calle y desbordante de dulzura. Llegó la democracia y Concha Velasco, antes Conchita, luchó por sacudirse ese sambenito, convertirse en una actriz de verdad, respetada por su trabajo más allá de enseñar las piernas y poner ojitos en comedias inocuas. La más famosa fue LAS CHICAS DE LA CRUZ ROJA, un acontecimiento en aquella taquilla de 1958, donde la España mostrada era moderna y emancipada, aunque siempre había hueco para fumarse un puro en la grada del Bernabéu o meterle cuello a estas jovencitas que empuñaban la famosa hucha con la cruz. Todo por los necesitados, incluso tirar de topicazo gordo: la clase media es la empollona sin ganas de novio, pensando en el futuro; la casamentera, torpona para estos menesteres; la sofisticada aristócrata con la vida resuelta (ya sabemos por qué), que conduce un descapotable y flirtea con Arturo Fernández, por entonces ya playboy, llegando de mañana de aquellos ignotos guateques; y por último, la trabajadorcita, brutíhima, con verborrea repleta de jerga, con novio mecánico, tío vago y padre intuimos que en alguna celda (ya sabemos por qué). Ellas eran Katia Loritz, una suiza con cara de asco y ojos de resacosa; Mabel Karr, que luego se casó con Fernando Rey; Luz Márquez, que de verdad tenía ganas de casarse para que actuaran otras; y Concha, Conchita, que fue la única que realmente tenía clara la vocación.
La verán en Cine de Barrio, FlixOlé o cosas por el estilo. A esto se le llamó desarrollismo, el problema es hacia dónde te desarrollas, claro...
Saludos.
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