Hay películas que hay que vadear más que visionar. En un esfuerzo excesivo a un espectador ya de por sí hastiado de una oferta inabarcable y desorientadora, el concepto "superproducción" ha dejado paso a otra cosa menos reconocible y más inquietante. Si Gareth Edwards fuese de verdad un gran director de cine, habría comprendido que una película como THE CREATOR sólo se puede abordar de dos formas: con una historia central potentísima, hipnótica (no es el caso), o con una suma de elementos que pase inadvertidamente de lo sinfónico a lo caótico. Lo que nos encontramos es un convencional ejercicio de incapacidad comunicadora, mediante el que una secuencia bélica es empleada para crear lazos de afinidad entre personajes que han de conocerse en tiempo récord. Es el problema de caer en lo pretencioso, no conformarse con un espectáculo visual (lo único defendible aquí), sino creer que se puede ir más allá, en esa creencia new age de cruzar la odisea homérica con el resplandor del eterno retorno del mesías redentor. El resultado, en pocas líneas, es un rutinario festival pirotécnico, que se comprende mejor cuando no aspira más que al asombro visual, y patina estrepitosamente cuando se dedica a impartir dogmas de solemnidad de lo más rancio y sobado.
No es el acontecimiento que nos han vendido, sino apenas un blockbuster que se cree más listo que los demás.
Saludos.
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