No puedo resistirme a atenerme estrictamente al guion, en este caso de DEEP FEAR, cosa infame e infecta que ponen en las catacumbas de Netflix, por lo que el título le viene que ni pintado. Sólo por eso, porque la peli (o lo que sea) da menos miedo que unas natillas con su asuquita quemá. La protagonista es una señora rumana que se esfuerza en hibridar a una abnegada submarinista con un trasunto de Kim Kardashian, en atuendo casual pero ondulado capilar impecable y pestañas booperas, aunque me da que no queremos verla sin maquillaje, tal cual. Ella se baña con tiburones, porque es cool; se va a Martinica mientras se martiriza por sobrevivir a un naufragio familiar y no hacerle casito a su también inexpresivo novio, que pasa más tiempo con un adolescente senegalés que con ella. La probabilidad de encontrar a alguien flotando en el océano equivale a que te toque el Euromillón dos veces en la vida, pero ahí está Macarena Gómez (lo juro) haciendo lo siguiente: poner ojos de adicta al cloro, decir que es sudamericana pero primero hablar en castellano de aquí y terminar la función hablándole en inglés macarrónico a su compañero de maldades, porque hace de mala. La excusa es copiar lo del oso pero en el agua, así que un escualo muerde una bolsa repleta de perico y se pone, imaginen, como las vacas del Mangarra, que es una expresión que siempre he querido usar en este blog...
No es que sea mala, es que casi no llega a ser objeto fílmico. Su director, con casi sesenta tacos, llevaba 18 años sin dirigir un largo... No la vean, por dios...
Saludos.
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