El pecado mortal del autor que deja de serlo: creer que lo sigue siendo. Sam Mendes intenta apresar demasiadas cosas en EMPIRE OF LIGHT, meterlas en su tarro de las esencias, esperar que todo salga bien. Hay cosas que funcionan en este enésimo elogio al poder curativo del séptimo arte (el de las butacas, los acomodadores, incluso los cortinajes), fundamentalmente Olivia Colman, que parece ir interpretando otra película muy diferente a la que Mendes va desarrollando en paralelo, más lacrimógena e iconoclasta. En mi opinión, podría haberse quedado en el interesante y complejo retrato femenino de una mujer sensible, demasiado para vivir según ella misma, mientras los acontecimientos se le van agolpando hasta empujarla a una nueva crisis psicológica. Lamentablemente, el ecosistema del lujoso cine a las orillas de la costa sur inglesa se va difuminando entre estereotipos, clichés y chistes gastados, y el guion introduce una más que improbable historia de amor, por eso de implementar cuotas y contentar a los usuarios. Llegado el momento, uno no sabe qué película está viendo, una comedia romántica, otra a secas, un melodrama, un "nuovo cinema paradiso", una denuncia racial, un drama psicológico o ninguna de esas cosas. Nada mejor para ilustrarlo que la repentina desaparición del personaje interpretado por Colin Firth, precedido de una escena que podría/debería ser antológica, pero Mendes es incapaz de insuflarle la fuerza y violencia verbal que requeriría.
Así que título intrascendente de un director que las tiene muchísimo mejores, porque ni siquiera me parece una oportunidad perdida, y sí un rato demasiado largo frente al espejo.
Saludos.
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