Tiene todo el sentido que el mayor rentabilizador del cine se diese su mayor batacazo comercial con la que, si no su mejor película, desde luego sí que es la más personal y alejada del mero entretenimiento. Uno de los retratos más valientes, descarnados y lúcidos de la América mugrienta, fundamentalista y, por tanto, peligrosa es THE INTRUDER, de 1962. Alucinada fábula con un William Shatner embaucador y misterioso, un "hombre de blanco" que llega de ninguna parte a un pueblo del Sur, con la intención de restablecer el orden, que no es otra cosa que encender el odio hacia los negros, una vez aprobada la ley que prohibía la segregación en las escuelas. Ni Hollywood estaba preparada para esta honesta denuncia, ni tampoco un público que le dio la espalda sospechosamente, pese a contar con una de las mayores estrellas emergentes del momento. Cierto que el guion de Charles Beaumont (que adaptaba su propia novela) se dispersa y ensimisma con las sutiles fechorías de Adam Cramer, trasunto del charlatán artero y satisfecho de sí mismo, un sociópata que usa a la gente como borregos, creando un clima de odio y crispación, exaltando sus ánimos dormidos. THE INTRUDER, casi desconocida hoy día, es un ejemplo palmario de cómo el cine, a veces, es capaz de retratar a los verdaderos enemigos de la libertad, esos que se llenan la boca de la misma, confundiendo el orgullo con lo que no es más que enjenación mental. Vista hoy, nos da la dimensión de lo que era Roger Corman detrás de sus films de monstruitos y terror clásico, un tipo íntegro que nunca se casó con nadie. Sólo por eso hay que amarlo, reivindicarlo y enseñarlo como ejemplo.
Magnífica, dolorosa y por momentos terrorífica.
Saludos.
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