Los autores se miran en función de la intensidad de los terremotos que sean capaces de desencadenar, normalmente a partir de ínfimos seísmos, que suelen necesitar la alianza del paso del tiempo para confirmarse como tales. Lo que Roger Corman logró en 1960 con THE LITTLE SHOP OF HORRORS fue exactamente eso, dejar retratado a todo un sistema de producción, demostrando que la originalidad no sólo no debía estar reñida con los presupuestos, sino que podía maridar perfectamente con toda una tradición del entretenimiento más clásico; del vodevil a la opereta, de la sátira social al slapstick, y sin dejar nada atrás. Todo funciona en este "clásico imposible", comenzando por la sorprendente recreación de un miniuniverso (ese Skid Row) que se va plegando sobre sí mismo, hasta desembocar en la floristería, que se convierte en una lectura social tan certera como burlona. El dueño cascarrabias, al que ni siquiera le gustan las flores; el ayudante, más que patoso alelado, desencadenante de desastres pero de buen corazón; la joven dulce e inocente; los policías impertérritos; la plañidera por afición; un señor que literalmente come flores; un dentista que disfruta haciendo daño y un cliente masoquista. Hay más, pero todos giran en torno a Audrey, una extraña planta carnívora plantada en un tarro de café, cuyo hambre insaciable crece en la misma medida que la popularidad de la maltrecha tienda, que la ostenta como exótico reclamo. Tras su tenebroso trasfondo, Corman arma una inagotable comedia negra, divertida, cáustica, luego copiada mil veces, referenciada otras tantas; como decía, un pequeño impacto que creció tanto como su icónica protagonista, y que es, debería ser el máximo exponente y ejemplo de cómo abordar un film con un presupuesto anecdótico.
Es mítica por derecho propio, un clásico que no debería serlo, pero así son las cosas...
Saludos.
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