Se nos ha ido Juan Diego. Grandísimo actor, de fuerza y carácter, de camaleónica versatilidad. Paisano mío. No nos cansaremos de proclamar lo grande que ha sido, que siempre será, Juan Diego; por sus películas, pero también por su compromiso político, de ideas muy alejadas de cualquier divismo de escaparate. Y de sus muchas películas, muchas, las mejores probablemente, ya han aparecido por este sitio, aunque quedan muchas para brindarle un merecido homenaje. Está, por ejemplo, DRAGON RAPIDE, en la que el actor daba vida nada menos que a Franco, justo en los días, fatídicos y anteriores, de la sublevación militar que desembocó en la Guerra Civil. Película algo irregular, pero que se nutre de la precisa erudición del guion de Román Gubern, crece sustancialmente en el momento, ya avanzado, en que Juan Diego se hace con el protagonismo absoluto, componiendo un Franco psicopático y tonadillero, dotando al personaje de una gran complejidad de matices. No se hizo aquí con el Goya, precisamente en la primera edición de los premios, aunque sí estuvo nominado, y de hecho el film ganaría un total de dos. Tan sólo un par de brochazos para entender el estupendo guion, que hubiese necesitado una dirección menos fiduciaria que la de un esforzado Jaime Camino. Vemos a Franco y su mujer, tristes ante el gazpacho de verano; después, tras enervar a sus pelotas cercanos, rehúsa hablar con el presidente de la República, haciendo ver que no está. Todo un valiente. Finalmente, ya en Tetuán, se acaricia el pecho mientras toma un baño; en la otra habitación, Santiago Ramos mata unos mosquitos con la babucha, con el sobresalto consecuente...
Y sí, pónganla también en las escuelas.
Saludos.
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