lunes, 23 de mayo de 2022

El retorno del blockbuster


 

Imagino que Roland Emmerich debe habitar un espacio vital muy diferente al de la mayoría de seres humanos. Sólo así se puede entender que alguien decida hacer una película como MOONFALL, un desorbitado (nunca mejor dicho) engranaje, cuyo lujoso envoltorio contiene una trama argumental que sólo puede caber en un infantilismo a prueba de bombas. Así es su cine, y así lo ha sido siempre, un desafío a la coherencia que nos venía a convencer, una y otra vez, que la mejor inversión es el mayor gasto posible. Hay aquí transbordadores espaciales emergiendo, con una gloriosa fanfarria, de un mar desatado, con los segundos justos para salir disparados hacia la Luna. El motivo es que el satélite se acerca a la Tierra por motivos desconocidos, pero que podrían tener explicación en otra misión espacial, cuando una misteriosa fuerza sorprendió a un grupo de astronautas, que son los encargados de volver a salvar el día; no sin la ayuda de un friki conspiranoico, que, claro, es el único que ve fuera de la caja... La Tierra se derrumba, Emmerich orgasma con cada sacudida, montañas pulverizadas, maremotos incontenibles, megaestructuras que harían palidecer a la Estrella de la Muerte... Una orgía de ruido y destrucción, de teorías físicas a cual más loca, tan sólo para demostrar que se pueden hacer películas muy caras con un presupuesto inflado hasta lo soportable. Y aun así, como en todo el cine de Emmerich, hay momentos que están bien rodados, estructurados, que revelan a un cineasta que no puede contener su ansia de horror vacui, que necesita disponer de muchas cosas a la vez, quizá para que no se note que en realidad apenas hay nada...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!