A vueltas con la vorágine de títulos, que cada año infestan las plataformas de nuevo cuño, tan sólo para constatar lo complicado que resulta proponer una inventiva mínimamente sorprendente, me doy cuenta de la existencia de películas que permanecen escondidas, sepultadas por los años, pero que son el ejemplo de cómo la precariedad de medios suele avivar el ingenio, pero que éste no se genera espontáneamente. A Saul Bass, máximo exponente de la imaginación al servicio de algunos de los títulos de crédito más fascinantes de la historia, le pasó que supo convertir su falta de experiencia como director en una forma de filmar inédita, que luego se ha copiado falazmente, sin que haya sido reconocido como debería. PHASE IV es una película increíble, el único film de ficción dirigido por Bass, aunque su extraña naturaleza la hace única en su especie, algo así como un documental ficcionado, o algo aún más intrincado. Y se nota la precariedad de medios, tanto como la habilidad con la que esto no es un impedimento para que contenga imágenes de enorme fuerza visual. Se narra una especie de fin del mundo insólito, un relevo evolutivo que ha convertido a las hormigas en los seres prevalentes en un planeta que ha sucumbido a la barbarie humana. Hay multitud de imágenes de esas hormigas, en primer plano, que gracias a un tremendo uso del sonido se tornan terroríficas, y nos acercamos al carácter casi alienígena de estos insectos. Es lo mejor de un film que luego se pierde un poco en las explicaciones técnicas de los dos científicos y su hermético experimento, con el que están convencidos de poder comunicarse con las hormigas, y descubrir si su propósito es realmente adueñarse del planeta. Una película de las que hay que reivindicar, de una modernidad insultante (es de 1974), y que demuestra que a veces el cine sólo se puede reformular desde el punto de vista de quienes lo entienden externamente.
Nunca un puñadito de hormigas ha resultado tan espeluznante.
Saludos.
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