En el caso de NIGHTMARE ALLEY, no me parece necesario incluir o confrontar ambas versiones, pues ambas respiran su propio aire, y esto pese a que se nota a leguas que Guillermo del Toro ha preferido no abandonar en ningún momento el modo "fan rendido". Es una buena película, algo larga, algo titubeante, pero que muestra la faceta del director mexicano que más le ha costado desarrollar, la de contar historias independientemente de su género. Y estoy de acuerdo con quien se adelanta a indicar que hay al menos dos películas complementarias en su metraje. Una, la que oficia como preámbulo y presentación del personaje principal, un tipo complejo y misterioso, que arrastra un pasado oscuro pero no teme oscurecer aún más su futuro. Bradley Cooper se carga a las espaldas la entera totalidad de las escenas, pero es justo reconocer que el elenco es soberbio, y más que secundarios hablamos de pequeños protagonistas. Luego está esa historia, resbaladiza, difícil de armar en un solo bloque, y que se inicia con la llegada de este hombre a un circo de fenómenos, donde consigue aprender el complicado arte del mentalismo de un tipo desencantado y alcoholizado. Este largo segmento es clave, porque ahí está todo lo necesario para comprender cómo y por qué termina haciendo lo que hace. Le vemos emerger desde la miseria hasta el estrellato, aunque su ambición no se detiene ante unos números en caras salas, y tras conocer a una misteriosa mujer (Cate Blanchett) iniciará una turbulenta colaboración, puede que para morir de éxito. Le sobran siempre a del Toro algunos detalles escabrosos, y eso que aquí hay menos que de costumbre; gana, en cambio, en una dirección de actores que ha ido dominando con la edad, obteniendo un estimable equilibrio entre lo dúctil y lo ponzoñoso. Y mucho de ambas cosas sobrevuelan este cuento de redención, amargura y traiciones.
Y, sí, es recomendable.
Saludos.
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