Cómo filmar el tiempo que se va, para nunca volver, marcando su estela en los rostros y las miradas, en las palabras suspendidas o en los movimientos furtivos. Desde el bebé que sonríe despreocupado en la manta, mientras es acariciado maternalmente. Desde los niños incesantes, que hormiguean tras un balón, que se persiguen sin perder esa sonrisa inocente, o saltan desde un pequeño muro. Los adolescentes que se atraen casi sin saberlo, y que inician rituales milenarios sin saberlo, que podrían amarse sin saberlo. Los jóvenes que bailan y sudan y se besan y retozan y se acarician proponen el debut de la vida. Los que se casan, aceptados en la tranquilidad de la vida futura y conjunta, cortan el pastel con el mismo cuchillo en esa tarde del banquete nupcial. O los que perdieron a su amor, o a su amigo, o ya sólo esperan junto a los acordeones del ocaso. Terminará con la hermosura del anciano de la mano del niño, y entonces entendemos que el tiempo puede filmarse, con sencillez, respeto y sabiduría.
Lo hizo Franco Piavoli en VOCI NEL TEMPO.
Obra maestra absoluta.
Saludos.
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