Los lectores de este blog, de despiertos que son, no pasan por alto que en los detalles está la perfección, o que para que exista un Robert Downey Jr., no tengamos que preguntarnos demasiadas veces si ello no es debido a que también hay un Sr. (senior, para los principiantes). Y así es, o era. Sí, porque Robert Downey Sr. falleció hace escasamente un mes, dejando para los aficionados un puñado de películas muy interesantes, pero también muy raras. Downey era de los que pensaba que el motivo económico no era óbice ni circunstancia atenuante como para desdeñar la posibilidad de juntar a un grupo de amigos y ponerse a rodar. Y valga el ejemplo de GREASER´S PALACE, de 1972, un inclasificable western (por definirlo de alguna manera), que parece un cruce entre Jodorowsky, Monty Python y Dreyer... Intentar buscar un rastro de confort es inútil aquí, y no hay más que echar un vistazo a su delirante argumento: En una especie de poblado (en realidad, apenas una casona y alrededores) impera el despótico parecer de Mr. Greaser, un tipo que disfruta sólo con dos cosas, ver cantar a su hija y dispararle a su hijo, aunque ande estreñido todo el tiempo. Con una cohorte de fanáticos que le hace la pelota, debe pensar que es el tipo más importante del mundo. Pero lo divertido del asunto es que hay un fantasma con sombrero (literalmente vestido con una sábana), que hace la puñeta aprovechando su invisibilidad, y a algunas millas de distancia, cae en paracaídas su hermano, un tipo vestido de genuino pimp setentero, que se dirige a Jerusalén, donde le han prometido un contrato como artista de variedades. Jessy (efectivamente...) se encuentra con el hijo de Greaser, al que éste ha disparado, y lo revive; juntos llegan al poblado y comienzan los milagros. Jessy resucita gente sin parar, camina sobre el agua y hace que la gente ya no tenga miedo. Incluso cura el estreñimiento. Pero comete un error fatal: enseñar su número musical.
Rodada en dos semanas, y con apenas 900.000 dólares, GREASER´S PALACE puede poner a prueba cualquier idea preconcebida que pudiésemos albergar sobre qué significa hacer cine, en tanto que ejercicio maquinal, y, al igual que su destartalado protagonista, desenmascarar a tanto crítico miope e hipócrita de esos que creen haber inventado el cine desde su poltrona. Porque es divertida, absurda, fea, incomprensible, inclasificable, y como su director, libre.
Saludos.
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