lunes, 16 de agosto de 2021

Películas para desengancharse #100


Y llegamos al final (de momento) del monográfico inexpugnable por naturaleza, y lo hacemos con una película que simple y llanamente "debía estar aquí". Mi experiencia con LÉOLO, la mítica película que el no menos mítico Jean-Claude Lauzon filmó antes de estrellarse en una avioneta, data de aquel tórrido verano de 1992, y en el cine al aire libre de la Expo, donde pude disfrutar de una programación apasionantemente heterogénea. LÉOLO no es una película que podamos achacar a un cineasta, porque su lenguaje es otro, el de la poesía por supuesto, pero también el de afrontar los sentimientos de frente, con ingenuidad y valentía, y con ese aroma que se nos olvida en cuanto nos convertimos en adultos. Poco más, y no es poco, porque es mucho lo que apostó Lauzon, que no había estudiado cine ni tenía pensado convertirse en director, ni mucho menos. Ésta es la crónica descarnada de la mente de un niño, un niño especial por ser el único normal en una familia de anormales; y también supone adentrarnos en esos dominios inexplorados, íntimos y terroríficos cuando nos los ponen delante con tanta franqueza. Léolo vive en Montreal, pero proclama que su origen es italiano, ya que su madre cayó sobre un carro de tomates provenientes de Sicilia, previamente regados del semen de un agricultor. Está enamorado de su vecina, que sí es italiana, hasta que descubre a su abuelo acostándose con la chica por dinero. Su abuelo quiso matarlo ahogándolo en una pequeña piscina hinchable por salpicarlo de agua, pero el recuerdo no es malo, porque allí al fondo hay un tesoro submarino. Su hermano es un cobarde, intimidado por un matón, así que se hace culturista, pero olvidó alquilar un poco de coraje entre tanto músculo. Sus dos hermanas irán directamente a una institución psiquiátrica, para siempre. Su padre reparte laxantes como caramelos, y obliga a sus hijos a mantener la puerta del baño abierta, porque cagar regularmente es la puerta de una salud de hierro. Mientras, su madre intenta entender qué le pasa por la cabeza a ese chico, que pierde el tiempo leyendo y escribiendo, absorto en un mundo ideal en el que todo es maravilloso. Ya es difícil ser un niño sensible, rogar por un poco de comprensión, y en el mundo imaginado de Léolo, al menos, no hay menores prostituyéndose, ni chavales que pagan para que otro se folle a un gato, ni esnifan pegamento... Y además, podría ser que un libro sirviera para algo más que calzar una mesa coja. Les prevengo: esta maravillosa película está a años luz de las desventuras de la señorita Poulain, así que no esperen nada ni remotamente parecido. Es honesta, es tierna, es brutal, es un codazo en el tabique nasal, es imperfecta, es perfecta...
Nos vemos en dos años.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!