Todo el mundo ha visto GREASE, y a casi todo el mundo le ha gustado. La defienden como lo que no es, esa comedia musical de imágenes inolvidables y actuaciones icónicas. Aquél fue un año francamente extraño en los oscar, en el que Cimino acaparó todo lo importante y dejó algunos huecos llamativos, como lo increíble de que Williams quedara sepultado con una de sus más grandes partituras, o que la única estatuilla a la que logró concurrir este film fuese con una canción a la mayor gloria de Olivia Newton-John, tan sólo para sucumbir ante una Donna Summer que reinaba en las pistas. No, porque ésta es una película conscientemente tramposa, con treintañeros haciendo de adolescentes, rockeros bailando al ritmo de sus hormonas, o toda una puesta en escena que parece una artificiosa pompa de chicle que puede explotar en cualquier momento. Como artefacto revisionista es una marcianada, como si se hubiesen montado los highlights de una serie para convertirla en algo parecido a una película. Travolta culminaba su coronación como estrella destinada a apagarse de tanto brillar, y a nadie le extrañó cuando dejaron de llamarlo durante 15 largos años. Aunque el gran momento olvidado de este film que todo el mundo recuerda a cachos, no es otro que el terrorífico descenso de aquel otro rey del bubblegum pop sesentero rodeado de rulos interminables. Frankie Avalon, con cuarenta años, le dedicaba una canción a otra arrobada treintañera, mientras le recordaba en el estribillo que era una fracasada... Esto, y no otra cosa, es GREASE, aunque ustedes seleccionen lo que más les conviene...
Saludos.
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