13 años tenía Jodie Foster cuando rodó THE LITTLE GIRL WHO LIVES DOWN THE LANE , curiosa y reivindicable película canadiense, dirigida por el húngaro Nicolas Gessner, y que hoy día sería impensable ver, al menos con una actriz como Foster. Y no lo digo por la breve escena en la que sale completamente desnuda, que también, sino por el despliegue de facultades en un papel omnipresente y con multitud de aristas morales. El texto de Laird Koenig, adaptado por el propio autor americano, muy en la línea de un Eugene O'Neill macabrista, nos adentra en la singular vida de Rynn Jacobs, una niña que vive en un apartado caserón costero junto a su padre, escritor de poesía. El problema es que nadie ha visto al señor Jacobs desde hace varios meses, y la única que hace acto de presencia es la joven Rynn, una especie de niña-mujer, de pérfida inteligencia, y que se muestra casi como una ermitaña, al jactarse de no acudir a la escuela y educarse ella sola en su casa. En clara escritura teatral, varios personajes van interactuando en la trama, situada casi exclusivamente en la casa. Un hombre repulsivo (Martin Sheen), que desde el primer momento es mostrado como un depredador pederasta; la madre de éste, que desconfía de la historia enarbolada por la joven, al ser la arrendadora; un joven que arrastra una cojera, y que será el único ser con el que Rynn se abra honestamente, y el padre del mismo, un oficial de policía ingenuo y bonachón. La película se apoya en la tremenda interpretación de Foster, que construye un personaje inquietante, desafiante, inclasificable, y que parece disfrutar con cada paso dado para eludir a sus "molestos vecinos", aunque la realidad esconde algo aún más perverso e inquietante.
Un film extrañamente desconocido, con ese aire a american gothic tan atrayente, y que ponía ya en el disparadero a una actriz que desde entonces ha sido un nombre capital en el cine de todos los tiempos.
A descubrir.
Saludos.
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