Se acaba el año, seguimos igual, o peor. Escribimos y vemos cine. Nos sentimos sin tocarnos, porque quieren hacer de esta generación (y no lo lograrán) una generación de autómatas sin emociones verdaderas. Una guerra une, una pandemia separa, y un pensamiento lo pone todo en su justo lugar. Una película como THE ELECTRICAL LIFE OF LOUIS WAIN puede que sea el mejor ejemplo para explicar lo que nos lleva pasando desde hace casi dos años, pero me temo que van a tener que pasar otros tantos para poder entender este extraño biopic, que yo recuerde, el más extraño que he visto últimamente. Reconozco no conocer quién era Louis Wain, porque no suelo interesarme por gente que dibuja gatitos, por bien que los dibuje; y la redimensión de este singular personaje pugna por salirse de ese encuadre tan constreñido, y lo logra a medias. Es esta una película con un montaje digamos que discutible, unas interpretaciones en las que parece que cada actor tenía un director diferente, y un tono general que va mutando a toda velocidad, como si hubiese que abarcar mucho terreno en poco tiempo. Durante la primera parte del film, lo de los gatos no tiene peso ninguno, y Louis Wain pasa de ser un bohemio asombrado a un enamorado impenitente; y cuando aún queda una hora de película, zas, todo eso se acaba y nueva vuelta a empezar. Ya digo, su montaje y concepción son agotadores, y es una lástima porque Benedict Cumberbatch está absolutamente increíble componiendo un personaje de múltiples aristas. La fotografía es espectacular; la música es de lo mejor que se ha hecho este año pasado, y el vestuario y decoración son de un gusto detallista exquisito. Pero no, hay algo en el tono general que rechina y la deja como una curiosidad que no tienes ganas de volver a ver. Ya veremos...
Saludos.
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