Concluimos (de momento) el extenso periplo que nos ha llevado a lo largo y ancho de un festival de Sitges, que en general ha cumplido las expectativas, y ha sido capaz de marcar una especie de deriva hacia la que podría decantarse el cine de género en los próximos años. Y lo hacemos con la ganadora, LAMB; debut del islandés Valdimar Jóhansson, y perfecto compendio de muchas de las obsesiones que han sobrevolado el festival. LAMB es una película que exige paciencia, pese a que su trama es sencilla, pero sus ritmos pausados, casi contemplativos (de hecho, produce Béla Tarr), y la morosidad de su planteamiento, puede llegar a resultar exasperante para un espectador que espere emociones más fuertes. Es un film eminentemente reflexivo, que prefiere sugerir a mostrar, aunque cuando decide ser explícito lo es sin medias tintas, y no duda en mostrar frontalmente lo que casi parece una broma de montaje. De su argumento es mejor no desvelar casi nada, y acaso señalar que estamos en una remota granja islandesa, donde un matrimonio atiende los quehaceres diarios, especialmente su rebaño de cabras, al que cuidan con devoción. Sin embargo, un extraño acontecimiento hace que sus inalterables vidas se tambaleen, replanteándose sus convicciones íntimas, y llevándolos hacia un desenlace inesperado. Sin ser un film especialmente solemne, e incluso con furtivos ramalazos de humor, lo único que se le puede achacar a esta estupenda ópera prima es que, aun con esa carga de sorpresa, se le ve venir el leit motiv a poco que uno esté mínimamente atento. Reconozco que la película es efectiva, nada aburrida, y bastante más osada que otras más evidentes, pero me mosqueó un poco lo que acabo de señalar; primero, sucumbir a la tentación de jugar a desvelar su desenlace, sólo para, increíblemente, sonreír ante el pleno... Osadía por encima de la inventiva, puede ser.
Saludos.
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