Como no podía ser de otra manera, el toque navideño en Sitges lo puso SILENT NIGHT, irregular debut de Camille Griffin, que no termina de encontrar el equilibrio justo en una historia que, de todas formas, me parece difícil de conciliar sin un desbarre continuo. Sin querer desvelar mucho de un argumento del que vamos enterándonos con rechinante morosidad, asistimos a una típica cena navideña en familia, solo que todos son conscientes, por motivos que les son ajenos, que en realidad será su última noche en la Tierra. Así, vamos conociendo a los personajes, sus cuitas personales y la sorna con la que afrontan un trago tan amargo, dejándose llevar por una súbita necesidad de ser francos unos con otros. Sin embargo, no hacía falta un marco apocalíptico, creo, para haber desarrollado un poco más las sucesivas intrahistorias, que apenas rascan una superficie que intuimos podría haber sido más interesante. Vendría a ser como una versión más modesta y accesible de MELANCHOLIA, sin el tremendismo de von Trier, y con un humor británico que puede llegar a irritar, pues no se corresponde la terrible amenaza con según qué comportamientos. Es, finalmente, una comedia negra, sí, pero para nada desgarradora, más bien repleta de explosiones controladas, la mayoría inocuas. Tampoco el reparto ayuda, y se ve descompensadísimo, con una estupenda Annabelle Wallis comiéndole la tostada a Keira Knightley, o el joven Roman Griffin Davis replicando con mayor enjundia que sus compañeros adultos. Una película curiosa, entretenida, no demasiado larga, pero que no supone ningún tipo de cataclismo, aunque de ello vaya.
Saludos.
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