Hoy me gustaría voltear el punto de vista que se suele tener de la experiencia cinematográfica, teniendo en cuenta que hay según qué cosas que parecen alimentarse únicamente del desconcierto que provocan, y es necesario indagar, retorcer, ser curioso si lo que se nos pide es relajar la retina y observar con ojos de airbag. TITANE es la última ganadora de la Palma de Oro en Cannes; en su periplo por festivales ha ido acomodándose por diferentes secciones y puntos de vista, como si su lugar fuera éste o aquél; incluso en Sitges, fuera de concurso, fue de lo más aplaudido y vituperado, sin medias tintas, al 50%. Ya lo dije a propósito del debut de Julia Ducournau: "A esta directora le vendría fetén un guionista ajeno a su esplendo visual". Y le vuelve a pasar lo mismo, que empieza una película y termina otra, y que entre medias hay guiños, pellizcos, ofrecimientos gourmet o carta de tasca con manchurrones de ketchup. No me ha quedado claro qué quería de mí, espectador medio, curado de asombros, con cierto bagaje en el desierto, ni esta película ni su directora. No sé si quería epatarme, concienciarme, hastiarme, mosquearme o tan sólo fastidiar mi apremio cronológico. Digo esto último porque para ser un film que todo el mundo tilda de excesivo y exhibicionista, a mí me ha parecido más bien recatado, incluso cohibido en cada escena clave, y hay unas cuantas, pero como no se hilan unas con otras parecen casi momentos estelares en un tráiler demasiado largo. TITANE es tramposa, su directora lo es, y no comprendo que se caiga en esa trampa tan fácilmente. Todo lo que pudiese lacerar, confrontar o crear una extrañeza genuina, está escindido, vilmente escamoteado, y queda la sensación de calientapollas, de macaco con máster en Harvard (o en Aravaca), de explosión controlada y hasta verificada al milímetro, no vaya a alcanzarnos su mínima onda expansiva. Yo esto ya lo he visto, y no es Cronenberg, ni Tsukamoto. No, esto es Glen A. Larson con brilli brilli y jarabe para los mocos. Observen, antes de verla, que no les queden piojos ni mocos, y que su visa aguarda tranquila en la carterita cuarentona; entonces la disfrutarán, sacarán pecho ante sus compañeros de podcast, y pensarán que han sido zarandeados, aunque el Inistón les aterciopele la mesita de noche y sigan sin acordarse de quién quiso vengarse en aquella cena de empresa. Es decir: que esta película sea una mierda o una obra maestra depende única y exlusivamente de su criterio personal, y esa ausencia de objetividad me proporciona un cabreo que sólo durará hasta que termine de teclear esto...
Hala, ya.
Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario