No nos salen bien a los españoles las "felliniadas", por ese extraño, también irreprimible pudor que nos da al descoser nuestras memorias sentimentales, lo que nos lleva a aliñarlas con rombos, monolitos horizontales y otras memeces. A buenas intenciones no nos ganan, que es otorgarle el bordón de adultez a un niñolabas dejándole fumar, especiándole el agua con cariñena o escenificando cursis estilemas gongorianos en lo que no es más que elusión del entremés jupiterino. Yo la culpa aquí se la echo más a Juan Tébar, que siempre ha sido muy bueno pintando de sepia los párrafos, pero en imagen se le acomba la nostalgia para el serial con picatostes. Aun así, Jaime de Armiñán logró armar una película digna, más que nada por imponerse al triple órdago de enseñar a Ana Belén en pelotas, meterla en la cama con un adolescente y (lo que es más difícil) buscarle un romance con un republicano exiliado, cocinero y exseminarista, interpretado con estoicismo por Fernando Fernán Gómez. EL AMOR DEL CAPITÁN BRANDO se deshilacha al emparentar dinámicas tan alejadas, y se queda como un "cachitos" de títulos más férreos y rabiosos. Sin embargo, hay algo que la hace funcionar, a trompicones, pero con esa misma ingenuidad que traspasa al chaval que se encoña con la maestra y quiere ser mayor de repente, ensayando la mandíbula de Marlon en posters de su cuarto segoviano.
No es una gran película, pero tampoco parece pretenderlo, y sí una curiosidad que nos da para flagelar nuestras dormidas libertades de hoy mismo.
Saludos.
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