Título insólito, pero también incontestable, de nuestro cine, a más de 50 años de su estreno, MI QUERIDA SEÑORITA sigue siendo un objeto extraño, casi un inserto proveniente de una dimensión alternativa, a la que uno, claro, no puede resistirse. Orbitando del costumbrismo a lo surreal, con golpes de una sensibilísima comedia melancólica, el desarmante guion de José Luis Borau y el propio de Armiñán pone a prueba muchas de las convicciones inamovibles de un cine español que intentaba desperezarse contestatariamente. Estructurada en dos partes tan diferenciadas como complementarias, nos sitúa en una típica ciudad de provincias, donde vive Adela, una mujer pasados los cuarenta, solterona, de modos beatos, cuya cotidianidad da un vuelco inesperado, aunque (en una escena especialmente antológica) lo físico queda supeditado a lo psicológico, e incluso lo emocional. Por mucho que deba resistirme a desvelar ese motivo principal, tan finamente hilvanado que supera hasta lo más obvio, no puede pasarse por alto la lección magistral de interpretación de José Luis López Vázquez, en una de las cumbres en cuanto a transformación genérica, que en otras manos iría irremisiblemente al ridículo, pero ha quedado como antología viva de imperceptible sutileza.
Imprescindible film, moderno y arrojado, y que interpela simbólicamente a un país que clamaba una liberación tan lejana e inalcanzable.
Magistral.
Saludos.
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