Una de las películas más galardonadas esta edición de Sitges fue VINCENT DOIT MOURIR, donde se premió a su director y actor principal. Con un desarrollo algo irregular, debido sobre todo a una duración excesiva, la ópera prima de Stéphan Castang se abre con una escena magnífica, introduciendo una especie de humor absurdo que pocos minutos después va derivando hacia un terror paranoide. Vincent es un cuarentón anodino, separado, con un trabajo estable pero idiotizante, y que empieza a estar un poco harto de que no le pase nada interesante, hasta que un becario, sin mediar palabra, le golpea con un portátil en la cara. Un poco más tarde, un contable lo apuñala con un bolígrafo, y decide irse a casa un tiempo. Por motivos inexplicables, la gente quiere matar a Vincent en cuanto establecen contacto visual con él, lo que acabará por obligarlo a irse al lugar más alejado que conoce, aunque no será suficiente para poder vivir en paz. El film funciona sobre todo por un puñado de escenas brutales, que la acercan al cine de terror, tanto por la angustia que refleja el protagonista, viviendo una pesadilla de la que no tiene ninguna respuesta. La segunda mitad del film flojea un poco, en el momento que su salvajismo se aplaca y la trama se normaliza, pero es una película que revela a un director al que habrá que estar atento en próximos trabajos por esa mirada normalizadora hacia lo extraordinario.
Saludos.
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