Si para algo sirve ver hoy día ONE NIGHT STAND, de 1997, es para entender la enorme cantidad de trabajo que se ahorran las plataformas para poner en circulación su torrente de productos. Más allá del tono habitualmente apesadumbrado del cine de Mike Figgis, es llamativo encontrarse con una no-estructura, que no achaco tanto a una mala escritura de guion, sino a un incomprensible horror vacui, donde igual da abrir con una comedia urbana, para continuar con un drama romántico, un lienzo (ya por entonces) inclusivo-progresista, costumbrismo de sitcom y hasta experimentación formal a lo Altman. Todo eso cabe en una película de tono rarísimo y un casting más raro aún, con Wesley Snipes antes de evaporarse (creánselo: por esto ganó en Venecia), una Natassja Kinski a la que Figgis le resta exotismo y aporta abulia, o un Robert Downey Jr. que por entonces no disimulaba sus adicciones y construye un homosexual que ni siquiera lo parece. Lo que parece es una de vidas cruzadas, pero las casualidades son tan extremas que es imposible defenderlas, y su amplitud de miras esconde un sospechoso conservadurismo fiduciario de creernos dichas arbitrariedades. Eso sí, como episodio piloto del último lanzamiento de Netflix sería una maravilla, porque nos conformamos con poco y porque sólo recordamos lo que nos conviene...
Saludos.
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