Desconozco si la novela de David Grann ha sido adaptada en cuerpo y alma por Eric Roth, pero resulta imposible desgajar KILLERS OF THE FLOWER MOON del imaginario más reconocible de Martin Scorsese. Es lo que peor le sienta a una cinta, por otra parte, fascinante en su recreación de un mundo replegado sobre sí mismo, emponzoñado de avaricia y maldad, tanto como dulcificado en mentiras que hacen daño de puro gruesas. Es una película sencillísima de seguir, incluso en sus densas tres horas y media, pero que necesita colaboración para entregarnos a ese aroma indescifrable del genio sentado en su mesa de trabajo, lo que le diferencia de tantas medianías actuales. Scorsese ha aunado UNO DE LOS NUESTROS con CASINO, MALAS CALLES o (y esto es más inesperado) GANGS OF NEW YORK, para despachar un torrencial relato de horror melancólico, en el que los cobardes ganan a costa de distorsionar la realidad, porque la valentía, el héroe, es mostrado como un pobre diablo acorralado y anestesiado. El peso lo llevan dos titánicos Leonardo DiCaprio y Robert De Niro en uno de sus mejores papeles recientes, pero es imprescindible señalar a Lily Gladstone, auténtico elemento diferenciador, que se erige como esfinge y torre observadora, casi inmutable, de un mundo falseado que se derrumba tan improbablemente como se construyó. Es la historia de los Osage, de cómo les sonrió la fortuna cuando la tierra que les fue otorgada era rica en petróleo; pero sobre todo es la historia de una tutela diabólica, incluso peor que los racistas, que aquí lucen casi entrañables. Es la historia de cómo se construye la Historia, de la imposibilidad a veces de discernir el bien y el mal, porque ambas cosas nos prometen, nos quieren, nos aman y nos protegen. En una escena particularmente hermosa, la confesión del gran perdedor, curiosamente, es el único momento liberador a los ojos de su esposa, que por primera vez no se siente engañada aunque la verdad sea insoportable.
No es absolutamente redonda, tampoco lo pretende. Me quedo con la posible lección para futuras generaciones de cineastas, del vigor de una puesta en escena sobria, elegante y también dantesca cuando es requerido. Me quedo con un director con estatus de sabio, al que hay que agradecer cada regalo a quienes seguimos manteniendo nuestra fe ciega.
Gran película.
Saludos.
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