Un edificio, más alto que estrecho, donde se encuentran un director de cine sin ideas, su hija y la dueña, amiga desde hace tiempo. Comen y beben en la planta baja, luego suben por la angosta escalera, llegan hasta el ático. Ríen, y él toca un poco la guitarra. La hija querría trabajar allí, vivir allí; el padre también, pero por diferentes motivos. Abajo del todo, un restaurante, también forma parte del edificio. Sin previo aviso, el eje vira, la mujer que regenta el restaurante invita a comer al director y la dueña, también a unas botellas de vino. Luego, el director ya vive allí con esa mujer, pero su salud es delicada. Sólo come verdura. Recibe una desangelada invitación de un remoto festival, harán una retrospectiva, pero sólo le pagan el billete a él. Hace demasiado tiempo que no entra nadie al restaurante. Finalmente, todo podría mejorar, o tornarse en un último giro más iluso. Feliz por llegar al último piso de la vida, una mujer le visita sin compromiso, lo mima, le cocina carne, le compra cigarrillos, lo empapa en soju mientras le promete masajes y caricias. Es lo que quiere o lo que desea, o lo que imagina desear. En WALK UP, Hong Sang-soo realiza el penúltimo salto mortal, desafiando la lógica narrativa y destapando la legión de impostores que copan cines y plataformas actualmente. Es una narración tan sencilla que duele, los diálogos fluyen en busca de fusionar la realidad con un idealismo fantástico, abandonándose en piezas como compartimentos, haciendo de ese edificio vertical el cuerpo mismo de la historia. No hay historia, y ya puede desgañitarse el director diciéndolo, porque todos creerán que sí la hay...
Saludos.
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