Inventarlo todo es difícil, que se lo digan al profesor Bacterio si no. Ser el autor total, no ya de una obra, sino de una filosofía autónoma, que sólo puede ser imitada, y mal. Puede que Ibáñez crease el tebeo más grande en español, y eso son palabras muy mayores; no por lo patrio y eso, sino por lo que de revelador tuvo para entender la idiosincrasia, a veces tan incomprensible, de este país tan chusco, tan extraño y tan esperpéntico. Se ha muerto Francisco Ibáñez, y con él se termina un universo, el de aquella editorial (¿para cuándo un documental?) esclavista e irrepetible (y casen, por favor, ambos términos) que fue Bruguera. En mi opinión, Ibáñez fue un genio, un visionario, un tipo con el escalpelo de un Quevedo, un Valle-Inclán, un Larra, un Berlanga o un Buñuel. Y también creo que lo suyo era más complicado, por ser un tebeo, y además por tener que cumplir la función de entretener a toda costa. Ibáñez mixturaba costumbrismo y slapstick, enriquecía el léxico con infinidad de acepciones que rozaban lo arcáico, mientras dominaba el absurdo de la viñeta con el pulso de los maestros, moldeando el tiempo a su antojo, e introduciéndonos en un universo paralelo, muy marciano, pero muy reconocible. Se ha ido un maestro, y no va a haber otro igual, es simplemente imposible. Me quedo con las noches interminables de Súper Humor, de los Olé colgados de pinzas junto al ambulatorio, de la sensación, ya perdida, de leer un tebeo con ojos hechizados y sonrisa perpetua. Eso tampoco volverá ¿La película?... Es lo de menos. Se titulaba LA GRAN AVENTURA DE MORTADELO Y FILEMÓN, cumple por estos días veinte años y no es un desastre absoluto porque el legado de Ibáñez es capaz de soportarlo casi todo. Si algo demostró, es que es inadaptable...
Saludos.
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