Inevitablemente, me lancé de cabeza a devorar CAPTURING THE FRIEDMANS, el controvertido documental con el que Andrew Jarecki se dio a conocer allá por 2003. La sensación no puede ser más extraña: lo único que ronda mi cabeza es lo mortalmente complicado que es discernir la verdad en según qué casos. El caso, acaecido en los años ochenta, tuvo una enorme repercusión, pero es admirable que Jarecki se tomara la molestia de indagar tantos años después, con el máximo protagonista ya fallecido y los integrantes de la familia intentando llevar adelante sus vidas, tras un infierno de años. Así, me parece indispensable enfrentar este documental desde al menos dos perspectivas, la que descubre a un padre modélico como un pederasta que recibía revistas de contenido pedofílico desde Holanda, y luego al halo de desconfianza que se va desprendiendo del juicio que le llevó a la cárcel, y después a su hijo, de apenas 19 años. Lo que revaloriza este film es que coloca a los espectadores frente a los hechos en sí, y ninguno es capaz de aseverar indiscutiblemente que estas personas realmente cometieran dichos abusos, por mucho que los indicios apuntaran a ello. Manipulaciones, disfuncionalidad familiar, infelicidad con toneladas de falsa alegría encima, y la constante sensación de que alguien no está diciendo toda la verdad, aunque la película deja un interrogante aún más terrible e inquietante: ¿Realmente importa la verdad si se tiene un culpable?...
Estremecedora.
Saludos.
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