Una larva es el principio de algo. Quizá no sea verdad del todo, pero lo parece. FIRST COW, la última película de Kelly Reichardt, vuelve a los caminos de MEEK'S CUTOFF, a ese espacio de pioneros y nómadas en un Oeste que iba construyéndose, en la mayoría de los casos, a base de integrar los despojos de otros lugares. Y Reichardt parece querer hacer un film-larva, algo primigenio y que vaya abriéndose poco a poco, con la única vocación de exponer ante nosotros un trocito de un mundo que ya no existe más, aunque aún puedan oírse algunos ecos. Y también es una hermosa historia de amistad, la que inician Cookie y King; el primero es el cocinero de un grupo de tramperos en Oregon, mientras que el segundo es un chino del que no sabemos casi nada, excepto que habla inglés perfectamente y es perseguido por unos cazadores rusos. Es un tiempo y un sitio inciertos, casi telúrico, donde todo es posible, lo bueno y lo malo, pero Reichardt prescinde de juzgar a nadie, pues todo el mundo tiene sus buenas razones para hacer tal o cual cosa. El film se abre con un misterioso prólogo en tiempo presente, donde una joven descubre por casualidad dos esqueletos enterrados, y de ahí retrocedemos directamente hasta un 1820 en 4:3, y situado en una especie de improvisada población en mitad de un sitio que promete oro, pieles y otras oportunidades. Cuesta entrar en la historia, pero merece la pena, y es necesario estar atentos a cada detalle y cada paso dado, como la llegada de la vaca por el río, tan sólo para satisfacer el deseo de un terrateniente de tomar el té con leche, y que será el desencadenante de una historia simple en apariencia, pero guarda una lógica interna que la emparenta con una forma de hacer cine que parece perdida desde los albores del mismo. Además, puede que contenga uno de los finales más hermosamente estremecedores que he visto en los últimos tiempos.
Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario