SHIVERS es, no hay duda, la primera película realmente importante de David Cronenberg. La que lo puso en el panorama internacional (sobre todo a raíz de su premio en Sitges), y que además expuso con más claridad las obsesiones del director canadiense. Vista hoy, 45 años después, parece más necesario indagar en sus planteamientos filosóficos y morales, que en su factura técnica, que revela a un cineasta aún bisoño y preso de las tentaciones propias del género. Mezcla de LA INVASIÓN DE LOS LADRONES DE CUERPOS y LA NOCHE DE LOS MUERTOS VIVIENTES, Cronenberg idea una especie de extraños entes con forma de babosa (siendo benévolos, más cercanos a una morcilla de Burgos) surgidos de un experimento, con el que un mad doctor (siendo su única escena lo mejor del film) pretende reactivar la sexualidad de una sociedad que considera dormida y apática. La cosa se le va de las manos y el edificio donde transcurre la historia (cómo no, espacio único) se va llenando de ávidos consumidores de carne, en la más amplia acepción de la palabra. Siendo una película irregular, que lo es, gana enteros si la memoria cinéfila logra aislar las partes más interesantes, como el polémico arranque, algunas parafilias que hoy día estarían censuradas, el guiño, mucho tiempo atrás, a su posterior CRASH, o la reflexión social a la que nos somete el desenlace, con el único hombre sano huyendo de una multitud que a lo mejor sólo quiere un poco de placer...
Saludos.
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