sábado, 6 de abril de 2024

El deseo de ser tocado


 

El cine de género obtiene los galones cuando es capaz de ir más allá de su propia circunstancia, obviando los resortes narrativos más trillados, e insertando la extrañeza de su propio aparato en una normalidad a la que hace saltar por los aires. Un estupendo ejemplo de todo esto es MAY, la olvidada y reivindicable ópera prima de Lucky McKee, que luego no ha vuelto a brillar a este nivel, y que nos introducía en arquetípico slasher sin muchas pretensiones, para acabar abandonándonos en mitad de una mente torturada, devastada y altamente peligrosa. Esto sucede gracias al inteligente guion del propio McKee, en absoluto pretencioso, y que abraza cierto gusto por la imperfección de la serie B, donde el film se hace reconocible, pero derivando en una hermosa aunque aterradora reflexión sobre esas personalidades desnormativizadas y que nunca llegamos a entender del todo. Sustentada en el demoledor trabajo de Angela Bettis, en un papel que le cae como anillo al dedo, la película sólo necesita hora y media para explicar en el prólogo por qué May carece de habilidades sociales, protegiéndose de un entorno basado en la hipocresía mediante unos códigos de conducta infantilmente literales. Secretamente enamorada de un chico al que ha idealizado hasta lo absurdo, también es pretendida por su compañera en la clínica veterinaria donde trabaja, mientras intenta exorcizar sus inseguridades en una siniestra muñeca, único recuerdo de sus padres, donde descarga su incapacidad para "ser normal". El desenlace, sin ser tan brutal como podríamos presumir, sí contiene una reflexión abrumadora como alegoría de la destrucción que provoca quien cree no poder ser amado jamás.
Si no la vieron en su momento, es ocasión de recuperarla como buen ejemplo de un terror sin miedo a contar cosas más allá de sus inequívocas masturbaciones porcentuales.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!