Quizá no era tan buena, o quizá no era tan mala. CERRAR LOS OJOS es un milagro. Un milagro que Erice haya levantado una película treinta años después. Pero también un milagro de imágenes, de conformar una historia donde no la hay, de abandonarse y abandonarnos a la luz, que la luz se haga milagro. Qué nos importa a estas alturas si habla de esto o de aquello, seamos felices antes de que la sala se quede a oscuras, porque luego no habrá ya nada. Milagroso el destello de humanidad, de creencia, de fe en el ser humano. Para ello una película chusca, afectada, inacabada, yo creo que ni película, más bien un retazo de memoria que existe por la luz. Ahí está la historia que quiere contar Erice, suspendida en un alambre fino y frágil, mirando seria a lo ridículo de esta era de la saturación con la paciencia de un hombre que ha observado para permitirse el lujo de olvidar. Es irse para quedarse, es perder para encontrar, y es el significado del amor que se mantiene imperturbable, el de la amistad que no sabe de barreras ni tiempo. Quien esperase una película perfecta va aviado, porque esto es otra cosa. Lo voy a decir otra vez: un milagro.
Y un lujo.
Saludos.
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