Iniciamos aquí un repaso que me parece de justicia, acerca de la figura del recientemente fallecido Jaime de Armiñán, figura clave del cine de la transición, siempre en eterno conflicto entre sus inquietudes cinematográficas y la obligación de contentar a un público que demandaba productos facilones. Y el mejor ejemplo de esto es su debut en cine (tras una larga y exitosa carrera en televisión), CAROLA DE DÍA, CAROLA DE NOCHE, que venía a ser el gran título que impulsaría a una nueva Marisol, intentando dejar atrás su faceta de estrella infantil, pero que demostraba la imposibilidad de tomársela en serio, circunscribiéndola a una especie de híbrido imposible entre la estrella pop en ciernes y la folklórica que se intuía antes. Con un guion demencial, que pretendía revitalizar las bondades de un franquismo con síntomas de podrido, alguien pensó que Pepa Flores podría ser una Ninotchka invertida (porque aquí es una aristócrata de país del Este), o aún peor, una princesa un poco como la Audrey Hepburn de VACACIONES EN ROMA, con la dificultad de ver a aquel Gregory Peck "incarnato" en aquel cetrino y patidifuso Tony Isbert. Abundan los numeritos (a cual más sonrojante) entre el music hall y la vanguardia naif de Richard Lester, que aquí, por ejemplo, entendió bastante mejor Vicente Aranda. Hay que entender que es un film mutilado, completamente sometido a los requisitos de una estrella por moldearse, y cuyos pocos momentos que la pueden salvar del desastre provienen todos de la inacabable ristra de cameos, porque una vez más los secundarios brillan por inercia propia. Menos mal que Armiñán pudo demostrar que era un cineasta dotado de una visión propia y, como veremos, interesantísima.
Saludos.
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