lunes, 13 de septiembre de 2021

El desaparecedor


 

KOCHEGAR (EL CALDERERO), de 2010, es un relato minimalista hasta lo imposible, una especie de bola de cristal para agitar y ver cómo todo lo que contiene se tambalea. Es la historia de un hombre solitario, que pasa los días manteniendo una caldera, mientras teclea lentamente una eterna y enigmática novela. Pero también es el trazado de un microcosmos que se va desarrollando en torno a dicha caldera, donde incesantemente vienen hombres cargados de hombres muertos, para hacerlos desaparecer entre las implacables llamas. El calderero pertenece a la etnia yakuta, y fue oficial en la guerra, y tiene una hija que viene periódicamente a pedirle dinero, y que sueña con pescar a un hombre y casarse con él, aunque ese hombre es uno de los sicarios del gran capo, que asimismo también tiene una hija que quiere quedarse con ese mismo hombre. El sicario es un tipo taciturno y lacónico, sin sentimientos aparentes, llega y lanza los cuerpos a la caldera. El resto es un prodigio de concisión, uno de esos guiones de economía máxima, al estilo de la serie B de los cincuenta, con una resolución tan lógica como sorprendente, y que sólo se ve lastrada por dos aspectos. Uno, que no queda claro si el tono general es más trágico que cómico, y a esto contribuye decisivamente una banda sonora incomprensible, de un guitarrista bielorruso muy recomendable por su particular recomposición del flamenco, pero que termina por hacerse sencillamente insufrible.
Muy curiosa para paladares exigentes.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!