Belmondo tenía cara de no trabajar en nada convencional. De no ir a la oficina ni picar entradas ni salidas. Tenía cara, más que de actor de cine, de un señor que pasaba por allí, pero al que le terminaban dando el papel. El del tipo con medio cigarrillo consumiéndose en la comisura, esbozando media sonrisa y con la mitad de la chica convencida para irse con él. Lo que otros debían ensayar ante el espejo, a él le salía natural, por boxear, por disfrutar la parranda, por lo holgados que le quedaban los que se querían hacer el listo ante él, que tenía ya media vida calada antes de empezar. Belmondo fue el afiche de una generación sin pertenecer a ella, e ilustró a la canallita cuando debía haber sido al revés, y todos lo sabían. Pero antes de encumbrarse por culpa de unos cuantos encuadres urgentes, Belmondo hizo de secundario en una película en la que (no les engaño) salía muy poquito. LES TRICHEURS fue como una enternecedora respuesta, de parte de un "viejo carcamal", a aquellos cahieristas que venían a comerse el mundo. Un retrato generacional, quizá un poco largo y sobrecargado, pero impecablemente rodado; una pulcra mirada a unos jóvenes desencantados, perdidos en fiestas caseras y con una frase lapidaria siempre dispuesta. La película funciona hasta más o menos la mitad, mientras nos son presentados los personajes principales y reaccionamos ante el crápula sin remedio ni hogar, la eterna casamentera que ya apunta a la treintena, la vividora que sueña con tener uno de los deportivos que arregla su hermano, o el chico bien que queda fascinado por ese ambiente entre bohemio e iluso. Hay una historia de amor, o triángulo, o cuarteto, que va dando bandazos entre noches de whisky y jazz, y que pone en solfa aquello del amor libre. Ahí se despeña Carné, que no puede evitar hacer de padre condescendiente que da buenos consejos a jóvenes descarriados. Porque hay fisuras que son insalvables. Y sí, por allí salió Belmondo unos minutitos, con un par de frases apenas; pero fue luego tan grande, que en los carteles promocionales salía su careto de nariz maltrecha, y no la de los guaperas Laurent Terzieff y Jacques Charrier, que por cierto se casó con la Bardot sólo para comprobar que no la aguantaba ni dios... Seguiremos mañana un poco más en serio...
Saludos.
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