En LA SIRENE DU MISSISSIPI (título despistante donde los haya), Belmondo se puso a las órdenes de François Tuffaut para interpretar a un potentado, dueño de una fábrica de tabacos en la isla de Reunión, que decide casarse por correspondencia y poner fin a su solitaria existencia. Sin embargo, la mujer con la que ha estado carteándose nunca baja del transatlántico que da nombre al film, sino que es abordado por otra aún más bella de lo que esperaba, y que dice ser dicha mujer. En un santiamén, se casan, él fascinado por la enigmática presencia de Catherine Deneuve (y quién no), y ella por la magnífica vida que va a llevar de ahí en adelante, aunque no todo es lo que parece, ni parece lo que es, y el discreto socio de Belmondo presencia una extraña escena, aunque nunca llegará a contárselo por respeto. La sirena no era Deneuve, aunque podría serlo en un alarde poético, pero sí una mujer fatal a la francesa, de mirada gélida y rictus de verdugo involuntario. Belmondo hacía lo que podía por darle réplica, pero bastante hizo con soltar lastre de su coletilla de vividor sabihondo, y convertirse en un pobre diablo, capaz de perderlo todo por unos minutos de rechazo, en la más pura tradición sadomasoquista. A la Deneuve, Truffaut logró que nos enseñara su desnudez en un par de breves escenas, algo que el tiempo nos ha demostrado harto complicado, y nunca suficientemente agradecido. La novela de Cornell Woolrich, por su parte, tiraba del tremendismo de su prosa pantanosa y malsana; "Vals en la oscuridad" se desarrollaba en Nueva Orleans a finales del XIX, lo que dotaba de mucho más sentido lo que Truffaut convierte en un rocambolesco trajín intercontinental. Afortunadamente, su poética queda intacta, y el film avanza entre lagunas misteriosas y miradas como veneno para las ratas...
Saludos.
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