Bien, después de una intensa semana, volvamos a la normalidad... o no.
Hagamos algo que cuesta mucho trabajo: hablemos bien de una peli española.
Y es que hay una nueva, reducida y heterogénea camada de jóvenes cineastas que van recogiendo elogios poe todo el mundo (¿Es que todo se reduce a los oscar y los Goya?). Porque YO, el rotundo debut del mallorquín Rafa Cortés, una insobornable cinta de marcado psicologismo, fue galardonada con el FIPRESCI en Cannes'o7, que no es moco de pavo, digo yo. Antes fue premiada en Rotterdam y en Málaga ¿el resultado?: ínfima recaudación en taquilla y el ostracismo más absoluto. Mejor subvencionamos MENTIRAS Y GORDAS o, como me recuerda el amigo Álex en el otro blog, MORTADELO Y FILEMÓN... ¡Viva el cine español! ¡Viva González-Sinde! ¡Viva Eduardo Campoy! ¡Y viva la madre que los parió!... Bueno, que me voy por donde no debo.
Y es que YO es un ejemplo de coherencia, riesgo, radicalidad, intenciones y talento. Una historia rodada con cuatro duros, en exteriores, con actores amateur (si exceptuamos a Álex Brendemühl) y unas interesantísimas y múltiples referencias, que pasan por el costumbrismo provinciano y feroz de Chabrol, la quietud de Bresson, el suspense psicológico de Hitchcock y hasta una nueva vuelta de tuerca al Ripley de Patricia Highsmith... Casi nada, vamos. YO, aparentemente simple, guarda varias cargas de profundidad que, eso sí, exigen un público con brio observador, que no pretenda que se lo den todo hecho y que sepa leer entre líneas. En realidad, si nos atenemos al cascarón narrativo, Rafa Cortés no nos cuenta prácticamente nada especial, si acaso atisbamos que el protagonista, un alemán que llega a un pueblo de Mallorca para trabajar full-time en el chalé de otro alemán adinerado, maquina una supuesta trama por sí solo; así, una reconocible cotidianidad se transforma en una espeluznante historia repleta de fantasmas que nunca estuvieron y de miradas cruzadas, excluyentes. En definitiva, YO es la historia de un hombre que busca ser aceptado y que por el camino pierde, casi por completo, su propia identidad. Una estimulante propuesta que no nos podemos permitir el lujo de enterrar, le pese a quien le pese.
Mis saludos.
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