Matthias trabaja en un matadero en Alemania. Recibe una confusa llamada en la que su hijo, en un remoto pueblo de Transilvania, parece haber sufrido una especie de accidente, aunque esto no queda claro hasta que llega. Inmediatamente, hace autostop y llega hasta la casa donde el niño vive con su madre. Falta poco para Navidad, de entre los buenos sentimientos podríamos rescatar la ineludible atracción que siente al volver a ver a Csilla, una antigua novia, y que ahora regenta la fábrica local de pan, que asimismo busca desesperadamente personal antes del nuevo año, para acceder a unas suculentas ayudas europeas. Rudi, el niño, ha perdido el habla, y es incapaz de ir solo al colegio; ha visto algo que le ha asustado hasta ese punto, pero no ha dicho el qué. A la fábrica llegan los nuevos trabajadores desde Sri Lanka, los únicos cualificados que han aceptado el suldo mínimo, pero la comunidad no parece cómoda con "extranjeros de piel oscura", nada menos que haciendo "su pan", y quién sabe maquinando qué en la sombra. Otto es el padre de Matthias, un hombre profundamente respetado en la localidad, que proviene de una larga estirpe de alemanes. Tiene que someterse a una resonancia magnética.
R.M.N., la última película de Cristian Mungiu, es todo ese crisol, a veces confuso, a veces cristalino; un intento casi desesperado por explicar qué puñetas debe estar pasando en Europa para que cristalicen discursos xenófobos, racistas, bárbaros, mientras la sinrazón se apropia de cada rincón de cordura, destapando las miserias, incluso bienintencionadas, de una sociedad a la que le han dado gato por liebre, y que tiene derecho a quejarse, pero no a errar el tiro tan groseramente.
R.M.N. son las siglas de esa prueba médica, alegorizando sobre la posibilidad de "ver" dentro de nuestros cerebros como posible diagnóstico de esa sociedad enferma. También puedes vislumbrar Rumanía...
Aguda, hiriente, y sin llegar a ser cínica en ningún momento. Certera.
Saludos.
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